“... ojos furtivos atisbaban desde la maleza, medio temerosos, medio hostiles, esperando con paciencia infinita la nueva magia... la nueva raza de jefes...”
(Tetraedros del Espacio – P. Schuyler Miller)
“No son Viracocha los hombres que llegan.
No existe en sus ojos bondad.
Su magia es la muerte. Su amor, la riqueza
del pueblo del Hijo del Sol.”
(La Puerta del Cosmos – Víctor Heredia)
El Cazador Acecha |
Los Relkios eran pacíficos. Se acercaron a los primeros exploradores sin temor ni hostilidad, y aceptaron a las fuerzas de colonización con una natural docilidad.
Los Relkios eran empáticos. Tras observar atentamente durante un tiempo muy breve a los Espiankos, comenzaron a comunicarse con fluidez.
Los Relkios eran afables. Se mostraban complacientes todo el tiempo, y eran generosos con sus bienes y sus servicios.
Los Relkios eran inteligentes. A pesar de que no había evidencias de que poseyeran ningún grado de tecnología, aprendieron a usar con precisión las herramientas que se les permitía probar.
Fue esta combinación de virtudes, finalmente, la que los transformó en los esclavos perfectos.
Amostris era un sueño hecho realidad para los Espiankos. Todo lo que les faltaba en su Ropea natal, estaba en Amostris: mano de obra, alimento, agua, tierra habitable, vida silvestre, aire puro, belleza, riqueza. Los procesos de asentamiento y recolección comenzaron de inmediato.
Poco después, descubrieron las ruinas.
La superficie de Amostris, el fondo de sus mares y lagos, las cavernas de sus montañas, y hasta su subsuelo, estaban plagados de ruinas.
Siendo los Relkios un pueblo nómada, que no edificaba sino que buscaba refugios naturales o los construía con materiales perecederos, resultaba incomprensible la variedad de estilos y grados de tecnología que aquéllas mostraban.
Interrogaron a los Relkios. “No son nuestras”, dijeron, y continuaron cumpliendo mansamente sus tareas.
Los Espiankos habían supuesto, al arribar a Amostris, que se trataba de un planeta joven, por su estado silvestre y su pureza natural. La edad de sus ruinas más antiguas, sin embargo, estaba fuera de todos los sistemas de medición de Ropea, que atravesaba su cuarta era tecnológica.
Pero por más sobrecogedora que resultara su antigüedad, no era lo más sorprendente.
Entre muchos otros ejemplos, los arqueólogos encontraron una villa de recreo globular, hecha de sustancias orgánicas artificiales, sumergida a medias en las playas del mar Nebio Torkia. En los acantilados del mismo mar, hallaron una fortaleza de piedra y metal, que mostraba signos de armamento bélico en sus murallas. Al pie de los acantilados, entre éstos y la playa, desenterraron un altar de madera fosilizada rodeado de herramientas y restos óseos.
Luego de estudiarlas a conciencia, concluyeron que no podía haber una diferencia de más de una década entre las tres construcciones. La coexistencia en tan breve período de tres culturas tan diversas, era llamativa. El que las tres construcciones fueran obra evidente de tres razas distintas, era casi inexplicable.
La villa globular sólo podía haber sido habitada por una especie anfibia. En la fortaleza se hallaron piezas de placas córneas típicas de los insectos acorazados. Los huesos alrededor del altar eran de Relkios, pero las herramientas no se adaptaban a su fisonomía.
Decidieron interrogar nuevamente a los Relkios, esta vez usando métodos más persuasivos. Incluso después de varias muertes, la respuesta continuó siendo “No son nuestras”. Los regresaron a sus labores. Excepto a los mutilados.
Nada de esto, sin embargo, detuvo la ola de inmigración, ni ocasionó ningún retraso en la extracción de los tesoros de Amostris. El tráfico de bienes entre éste y Ropea fue constante hasta que no quedó nada útil para tomar. Luego, cesó casi por completo. Los enclaves de población se asentaron principalmente en el desierto Ket, al centro del continente mayor, tan similar a las negras arenas ropeanas. Los Espiankos prosperaban. Los Relkios se adaptaban, y sobrevivían. Algunos, al menos.
El misterio de las ruinas continuó siendo motivo de preocupación sólo para los arqueólogos, que oscilaban entre la desesperación y el éxtasis ante cada nuevo hallazgo.
Entonces la erupción dejó a la vista la nave Kernia.
En el continente menor sólo había un volcán activo. La erupción había sido prevista por los geólogos Espiankos con mucha antelación, de modo que no hubo daños. Cuando se enfrió la zona, enviaron un equipo de investigación.
En la ladera abierta por la lava, hallaron el casco petrificado de una nave-colonia Kernia, con toda su tripulación momificada dentro. Bajo ésta, encontraron más ruinas Kernias, apenas algo más antiguas.
Los Espiankos tenían relaciones comerciales con los Kernias desde hacía siglos. Llegaron a un acuerdo próspero gracias a las facultades empáticas de la raza Kernia. Los Espiankos, telépatas cerrados, habían descubierto las ventajas de la comunicación externa, y la habían adoptado para la interacción con otras especies, hasta ese momento inexistente en su cultura, reservando su telepatía para el contacto con los de su propia raza.
Consideraron su deber averiguar qué había pasado con sus aliados. Lo único que consiguieron saber fue que la nave había sido sellada herméticamente. Por fuera.
El interrogatorio a los Relkios, esta vez, fue implacable. Y, una vez más, infructuoso. “No es nuestra”, repetían. Se doblegaban. Padecían. Morían. Y no decían más. Aceptaban con muda resignación, casi con indiferencia, cualquier tormento, y mostraban una incomprensión absoluta frente a cada nueva pregunta.
Pero era imposible que no comprendieran. Eran empáticos. Como los Kernias.
Los inquisidores Espiankos tomaron una resolución sin precedentes: intentarían leerles la mente.
Reunieron a los Relkios, a los pocos que quedaban, y los rodearon. Unieron sus mentes y las proyectaron, por primera vez en su historia, sobre otra raza.
Durante unos instantes, nada ocurrió. Luego, la apatía de los Relkios se disolvió repentinamente. La sorpresa fue tan evidente que parecieron transformarse, erguirse, crecer, brillar frente a los Espiankos. Y su mente colectiva se les abrió por completo.
Los Espiankos lo vieron todo:
Los primeros invasores, sometiendo a la naciente raza Relkia, minando sus fuerzas hasta el límite.
La joven especie agonizante, rebelándose y arrebatándoles las armas, destruyéndolos, resurgiendo.
Los ciclos invariables e inevitables de investigadores, bandidos, conquistadores, turistas, expoliadores.
Los ciclos sin fin de sumisión aparente, de sufrimiento voluntariamente asumido, de riguroso estudio.
En cada ciclo, el descubrimiento de las debilidades de los invasores, y de sus preciadas habilidades, las que los hacían diferentes, únicos, superiores.
Los esclavos volviéndose sobre los amos, apoderándose de su tecnología y de sus talentos.
La raza Relkia, ahora antigua, sabia, enriqueciéndose con cada nuevo poder, sacrificándose cada vez para sobrevivir nuevamente, para renacer, creciendo y prosperando.
Evolucionando.
Y la eliminación total e irrevocable de los usurpadores establecidos en Amostris, y de los que volvieran luego a buscarlos, la aniquilación de los intrusos por sus propias armas, como cada vez, como siempre, como al principio, sin dejar nada detrás, nada.
Excepto las ruinas.
Todo esto vieron los Espiankos en un relámpago radiante de comprensión, antes de que los Relkios aprendieran e hicieran suya la telepatía, y proyectaran todo su poder amplificado por sus implacables voluntades contra los inquisidores, y de que esa primera oleada se expandiera a todos los Espiankos que se habían instalado en Amostris como en su nuevo hogar, y los arrasara instantáneamente.
Los Relkios, que desde de ahora ya no necesitarían de un lenguaje para comunicarse, recogieron los cuerpos dispersos de los Espiankos y los llevaron a las moradas del desierto Ket, con sus congéneres.
Luego, se dispusieron a curar sus heridas, a honrar a sus mártires y a esperar. A esperar el próximo ciclo.
Mientras, en el centro del continente mayor de Amostris, las arenas negras de Ket cubrían lentamente las nuevas ruinas.
Concurso "Ficción Científica"
Diario Hoy Día Córdoba
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Publicación - 2007
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